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Reseña: El brutalista
El brutalista es una película dirigida por Brady Corbet y protagonizada por Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pearce. Nominada a 10 Premios Óscar. Estrena en salas de Argentina el 6 de febrero.
Sentarse frente a una propuesta como El Brutalista (The Brutalist, 2024), la nueva película de Brady Corbet, es un manifiesto en contra de los tiempos que corren. Es la pesadilla de cualquier algoritmo que no sabe cómo catalogarlo: ante la pantalla vertical, el film responde con el logo inmenso de “VistaVision Motion Picture High-Fidelity”, un formato creado por Paramount en los años 50 que permitía mayor definición y tamaño de imagen en enormes y gloriosos 70 mm. Ante los videos de menos de un minuto, aparece El Brutalista con unos apabullantes 215 minutos. Lo que parece ser una salida normal al cine, va a ser una experiencia. Una épica.
El film abarca 30 años en la vida de Laszlo Toth (Adrien Brody), un visionario arquitecto que escapa de Europa hacia Estados Unidos del Holocausto para reconstruir su vida, poder tener un futuro y aguardar allí a su esposa Erzebeth (Felicity Jones), de la que fue forzadamente separado a causa de la guerra. Mientras tanto, en Pensilvania, lugar donde logra instalarse, conoce al magnate Harrison Lee Van Vuren (Guy Pearce), quien le encarga lo que podría considerar su obra más grande y, por qué no, su obra maestra.
El Brutalista es un viaje al pasado, a los tiempos en los que ir al cine era todo un evento inigualable. Pantallas inmensas con proyecciones en 70 mm y VistaVision, una obertura al principio, un intervalo en el medio y una aventura por recorrer.
Corbet, cinéfilo a ultranza, no se olvida de las tradiciones del Hollywood de los 50 y las rescata antes de que mueran en el olvido. Lo que podría parecer un mero capricho estilístico pretencioso, está completamente justificado. Desde el inicio, cuando vemos a Laszlo llegar a la Nueva York de 1947 y contemplamos enormes escenarios y paisajes, se entiende a la perfección el porqué de la elección de desempolvar el formato. La posibilidad de mostrar la llegada de la inmigración, edificios y hasta incluso primeros planos le da un aspecto monumental a todo el film.
Con reminiscencias a las grandes épicas de David Lean como Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), mezclada con la intimidad de Más corazón que odio (The Searchers, 1956) de John Ford, Corbet logra deshacerse de todas las convenciones narrativas y crear imágenes con un peso descomunal que hacen que, al llegar al intervalo, uno se quede con ganas de más. Si bien la segunda parte no escatima en epicidad en cuanto a locaciones e imaginería, no sostiene el mismo dinamismo que la primera parte, estancándose por momentos en puntos dramáticos densos que pueden hacer que el espectador sienta el peso de las casi cuatro horas de duración, aunque al final vuelva a su ritmo inicial.
Más allá de las imágenes y su potencia, la historia es sustentada por las sólidas actuaciones de Adrien Brody, quien aparece en el 97% del metraje, interpretando nuevamente a un sobreviviente del Holocausto como en El pianista (The Pianist, 2002) de Roman Polanski, y de Guy Pearce como su contraparte, probablemente lo mejor de la película. Acompañan, en un nivel superlativo, un gran elenco entre los que se destacan Jon Alwyn y Felicity Jones. Sin lugar a dudas, las estatuillas para Pearce y Brody están aseguradas.
En la creciente obsesión de Laszlo por concretar su obra, se forma un camino sin retorno hacia la locura y la enfermedad. Es imposible no encontrar similitudes con Fitzcarraldo, ese soñador de cosas imposibles, protagonista de la película homónima (1982) interpretado por Klaus Kinski y dirigida por Werner Herzog, quien buscaba construir un teatro de ópera en medio de la selva amazónica peruana.
La constante confrontación del arquitecto, interpretado por Adrien Brody, en busca de defender su visión y tener control total de su obra, con los capitalistas que aportan económicamente al proyecto y sus intentos constantes de modificar la creación en pos de acortar gastos, y los riesgos que supone llevar a cabo la obra, hacen que también se pueda vislumbrar a Brady Corbet como director defendiendo a su monstruo de casi cuatro horas de duración en fílmico.
A principios de enero, cuando Corbet agradeció el Globo de Oro a Mejor Director, pidió a los productores que cedieran a los directores el corte final de las películas. Según él, era absurdo plantear este tema en 2024, pero parece que casi ninguno se anima a correr semejante riesgo. El director desea volver a los tiempos en los que la duración extensa de una película no era un problema, cuando se podía rodar en fílmico y proyectar en 70 mm, y no se manipulaba la intención de un creador por sobre las tendencias de turno.
Se puede decir que, con El Brutalista, Brady Corbet sale airoso en su ambición desmedida y logra encontrarle un sentido a semejante aventura. Es milagroso que una película de estas características llegue a la cartelera nacional; si bien prontamente podrá ser vista de forma doméstica, la experiencia de vivir una épica en el cine es intransferible a otros formatos y hace que se recomiende efusivamente verla en la pantalla grande.
Más allá de si la película es del agrado o no del espectador, el hecho de no tocar un celular durante cuatro horas y sumergirse en una película hasta el punto de olvidarse de que está en una sala de cine con extraños es algo a valorar.
El Brutalista es una invitación a vivir una aventura. Hay que aprovecharla y vivir la experiencia, porque ya no existen películas así.
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Redactor de Zonasyc. Comunicador cinéfilo. A veces, intento ser cineasta.