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Vivarium: paralelismo de especies en una fórmula minimalista

Humanos dando vueltas en un auto buscando salidas inexistentes en un barrio que parece una jaula. Esa representación es similar a los movimientos de un pez en una pecera o al correr de un hámster sobre una rueda estacionada entre las paredes de su hábitat artificial…

Vivarium (2019), dirigida por Lorcan Finnegan, es ciencia ficción minimalista, donde un mismo escenario, con un fondo reiterativo y escasos actores bastan para narrar una historia bien llevada, entretenida y con gran despliegue temático. Si bien no estamos en frente de lo que consideramos una joya cinematográfica, la película nos deja esa sensación de haber visto algo de lo que tenemos que hablar y eso justamente es un factor de destaque.

Lo que les pasa a Jesse Eisenberg (Zombieland, Red social, entre tantas otras)  y a Imogen Poots (Las novias de mis amigos, Green Room, etc) en ese nuevo hábitat de nauseabundo verde, mientras persiguen el sueño de la casa propia, no deslumbra. Sin embargo, su química como pareja es tan real, anclada en los vaivenes emocionales sostenidos por los transitares situacionales, que los pocos sucesos impactantes que presenta la trama y dan vida al hilo narrativo alcanzan para acentuar los disparadores críticos sociales que se quieren plasmar.

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Y ahora… ¿Qué hacemos con esto?

¿Qué se interpreta en la película?

Al terminar de ver Vivarium (2019) no hay forma de evitar que el cerebro comience a rebobinar, intentando hacer una recapitulación para analizar lo que ha acabado de apreciar.

Si no viste la película te recomiendo frenar la lectura acá e ir a su búsqueda, ya que a continuación buscamos explicar qué hay en Vivarium y como todo hecho comparativo con la realidad se nombran componentes sustanciales de la ficción. Léase ¡Spoiler!

Persiguiendo el sueño

El film se basa semánticamente en un paralelismo que involucra la relación de los humanos con los especies más chicas, más débiles o no racionales, y ese escenario trasladado, con las mismas interpretaciones y funciones, al trato dado de una especie más fuerte o evolucionada hacia los humanos. En este último caso, nosotros somos el eslabón débil, por ende, los manipulados al antojo de seres más desarrollados.

A modo de sinopsis, Tom (Jesse Eisenberg) y Gemma (Imogen Poots) quieren comprar una casa, y un “raro” agente inmobiliario (Jonathan Aris) los lleva a un barrio de los suburbios, donde todas las casas son idénticas. Planteamos aquí el primer tópico de la película: perseguir el sueño de la familia en una casa de los suburbios, donde todos los seres humanos viven de la misma manera, como si se tratase de vidas clonadas. Exagerando en el film cualquier idea de repetición. Asimilando el concepto de la masividad dejando de lado la individualidad. Destacando la idea de rebaño.     

Allí, en ese residencial de casas verdes, son introducidos en la número nueve, y luego de recorrer todos los ambientes de la vivienda se encuentran solos, dado que el pesado de la inmobiliaria ya no estaba. Ellos aprovechan para subir al auto y escapar. Acción que no podrán realizar porque el barrio pareciese no tener salida. En este caso todos los caminos no conducen a Roma, sino que lo hacen a la fatídica casa número nueve. Las vueltas en círculos son evidentes y luego descubrirán con otras maniobras que están encerrados en ese barrio. Ellos no lo saben (aún), pero habitan un ecosistema ficticio creado por una especie, a priori más fuerte: androides, aliens o humanos 3.0 (nosotros le vamos a decir a partir de acá androides). En su encierro la pareja tendrá una tarea a cargo: criar a un bebé que aparece de manera misteriosa frente a ellos.

La imagen de la crianza trae otro elemento a esta cadena de “vida feliz”. Matrimonio con hijo(s) en una casa dentro de un buen vecindario… ¿Así es el ciclo de vida de los humanos? ¿Son esos los objetivos a alcanzar?  

Relaciones entre especies

Contemporáneo a este dilema, las ideas del paralelismo de las relaciones entre especies comienzan a gestarse desde el minuto cero del film.

Luego de unas impactantes imágenes sobre aves en nidos que dan comienzo a la película, vemos a dos pichoncitos muertos en el suelo y a Gemma, una maestra jardinera, explicándole el ciclo natural de la vida (para el resto de las especies) a una alumna suya.

 “Este es el ciclo de la vida, tal vez otro animal necesitaba su nido”, es lo que dice la protagonista. Claro está, la naturaleza es así, cíclica, y ella naturaliza ese hecho que acaba de vivenciar. Acto seguido y con la presencia de su novio, un jardinero, ambos entierran a los pajaritos en el mismo lugar donde cayeron. Escena que se repetirá más adelante pero con diferentes intérpretes y en la cual no hay que dejar de pensar en la naturalización de los hechos.

La fatalidad de los pájaros se da porque un huevo es infiltrado en el nido de otra especie para ser criado por otra madre junto a sus pichones propios. Al nacer todos los individuos, el infiltrado, alias invasor, nace a pasos agigantados en relación a los otros pichoncitos (obviamente es de una especie más grande, un cuco) y va expulsando del nido a los pichones originarios (“otro animal necesitaba su nido”). Muchos de ellos con el final trágico al impactar contra el suelo.

Esa fórmula invasiva funciona de la misma manera entre los androides y los humanos. A los novios se les presenta un bebé, a quien deben criar, el cual crece a pasos agigantados. En pocos meses, ya es un niño con las aptitudes de un infante de nueve o diez años, repitiendo la imagen de un individuo que crece en mayor proporción a otras especies.   

De grande el androide confiesa que la función de las madres es “preparar a los hijos para el mundo”. Tal cual el ave cría a un huevo intruso y este después vuela, Tom y Gemma fueron encerrados para criar al niño, quien de grande dejaría el escenario artificial.  

Los bebés androides, además de los cuidados biológicos de sus “padres” (alimentación sobre todo) se forman a través de ellos. Para camuflarse en un mundo humano (la única faceta que se conoce de esta especie en el mundo habitual es la de empleados de inmobiliaria) aprenden las características de los hombres a través de la repetición e imitación. El pequeño androide copia y repite los diálogos y los movimientos de sus “padres” a la perfección, escondiendo sus características debajo de un envase similar al humano.

Así como la pareja protagonista sufre el encierro, hay un montón de barrios paralelos donde otros humanos crían a otros niños invasores, por lo que no hablamos de un solo caso, sino de muchos.

Por momentos, podemos puntualizar más y creer realmente que el androide en su crecimiento necesita solo de la madre, intentando sacar del nido (como el pichón invasor) a los otros, en este caso a Tom. Este se enemista con su mujer por culpa del androide (Tom quiere matar a la cosa <él no lo interpreta como un niño> y Gemma se niega al asesinato). A partir de ahí, Tom empieza a alejarse, y, siguiendo su única luz de esperanza, pasa todo el tiempo cavando un pozo en búsqueda de una salida. Incluso duerme allí (no regresando al nido o a la habitación) y come en soledad; mientras que la madre y el niño comparten cosas, como ver las formas en las nubes de artificio.

Finalmente, ellos mueren y son enterrados en el mismo patio de la casa. De una forma fría son metidos en una bolsa y tapados con tierra (“así es el ciclo de la vida”). Las palabras que usó Gemma para explicar las muertes de los pájaros se pueden aplicar de la misma manera en esta situación. Así como en el ciclo de la naturaleza los humanos sepultan aves, los androides sepultan humanos para cumplir su propio ciclo de vida.

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Tom y Gemma en el entierro del pío pío
Naturalización de los ciclos

Interpretando ciclos, en la última escena, el androide llega a la inmobiliaria y ve a Martin, el conocido empleado, muerto. Sin sentimientos se deshace de su cuerpo (otra vez la frialdad frente a la muerte) y toma su credencial y su lugar en la inmobiliaria, pues ya parece un hombre, una madre lo ha criado.

Además de reconfirmar la ausencia de sentimientos en esta especie, este acto parece indicar que los androides tienen un ciclo de vida tradicional y costumbrista. Nacer, crecer, adquirir conductas humanas para mimetizarse y trabajar. Es este caso, el trabajo es un vehículo para transportar gente a nuevas jaulas urbanas, en donde otros humanos criarán nuevos androides. Y nos referimos a ciclos conductuales, porque así como Martin parece un humano, raro, pero humano al fin, quién dice que otros androides no habitan en otros rubros más allá del inmobiliario. Por lo que la película podría estar presentando que estas relaciones entre especies existen y no son novedades. Al fin y al cabo, como ya señalamos, se descubren muchas jaulas paralelas donde hombres y mujeres cumplen funciones criando androides.  

Entre lo que dice Vivarium, y lo que interpreta mi cabeza, una idea queda flotando destacándose por sobre las demás: de la misma manera en que los humanos tenemos mascotas, podemos ser las mascotas en jaulas artificiales de especies más fuertes.

Así que a tener cuidado como nos seguimos manejando y los hechos que naturalizamos…

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