Dahmer: una disección innecesaria
Tengo una lista pendiente de cientos de series para ver y por alguna razón, yo también elegí Dahmer, la miniserie del momento, uno de los mayores éxitos de la historia de Netflix. Evan Peters me puede, y sabemos el talento de Ryan Murphy para crear ambientes sórdidos, asfixiantes y noventeros, abordando tópicos de la cultura popular americana. Quizás es que no tengo especial conocimiento sobre el género true crime, pero nunca había escuchado sobre Jeffrey Dahmer. Me despertó curiosidad. Para que se te quede grabado el nombre, el título de la miniserie te lo imprime dos veces: Dahmer – Monster: The Jeffrey Dahmer Story. Es como que estaban barajando tres títulos y no se decidían, entonces los combinaron todos.
¿Cómo una persona puede cometer actos tan monstruosos? Esa es la pregunta que Dahmer intenta responder. Spoiler: no lo logra, aunque en el camino menciona todos los factores posibles: una infancia desamorada, bullying en la escuela, una cirugía de hernia en la niñez, causas genéticas, las pastillas que tomaba la madre cuando estaba embarazada… El único causal clarísimo no viene de la mente de Dahmer: es la indiferencia policial hacia las víctimas, jóvenes negros o asiáticos, la mayoría homosexuales, de familias pobres. Cuando en la segunda mitad la serie explora este último aspecto, se torna mucho más interesante. Cuando se fascina con su protagonista, no lo es tanto.
Los peligros de enamorarse de un psycho-killer
Cuando estás viendo algo y te encontrás agarrando el celular más de una vez, es señal de que el contenido no te aporta tanto. Eso me pasó en los primeros 4 episodios, que por momentos me aburrieron bastante. No eran necesarias tantas horas de ver a Dahmer cometer sus atrocidades. Planos larguísimos de Dahmer tomando latas de cerveza de un trago, Dahmer mirando el vacío, Dahmer haciendo ejercicio, Dahmer mirando la cabeza en formol de su primera víctima.
El flashback obligado a la infancia complica un poco la narrativa porque obviamente te da ternura ese niño ninguneado por sus padres, ese adolescente incomprendido abandonado por su mamá, que nunca tuvo referencias para saber lo que es el amor saludable, tuvo que esconder su sexualidad y no aprendió nunca a refrenar sus impulsos más perversos. La serie te da a entender que Dahmer no hizo sus crímenes por maldad. Que matar era un medio para otro fin. Todo el tiempo se genera esa tensión entre intentar que no nos identifiquemos con el protagonista (algo no siempre fácil ya que Evan Peters, en todo lo creep y realista que está en este papel, tiene un carisma natural) pero fascinarse con todo lo que hace.
En Dahmer, el verdadero monstruo es el racismo
La serie mejora muchísimo cuando saca a Dahmer del foco. El padre de Jeffrey, Lionel, interpretado por el gran Richard Jenkins, es el personaje mejor desarrollado de la serie, y el capítulo 7 se centra en las emociones tan contradictorias que atraviesa como progenitor de un asesino. Es impresionante verlo deambular entre la culpa, la responsabilidad, el autoconvencimiento de que él hizo todo lo posible y el amor por su hijo.
El episodio 5, “Blood in their hands”, se centra en un joven (Dyllan Burnside de Pose) que por gracia de la abuela de Dahmer logró salir con vida, pero la policía no le dio ni corte. Es el primer episodio que aborda directamente la complicidad policial en los asesinatos. El episodio 6, “Silenced”, muestra la vida de una de las víctimas, Tony Hughes, un muchacho sordo con sueños de ser modelo y una familia amorosa. Pasamos solo una hora con Tony y su mamá, pero es profundamente conmovedor. Este tipo de tratamiento hace que los crímenes tomen otra dimensión: lo que para el televidente es morbo, para una familia es una tragedia.
Mi episodio preferido fue el 7, «Cassandra«. Se centra en Glenda, la vecina que, como la Cassandra de la mitología, dice la verdad pero nadie la escucha. A través de ella (interpretada por Niecy Nash, a quien no conocía pero me atrapó desde el primer plano) se expone el racismo sistémico y la homofobia de la policía, que en un punto devuelven a un chico de 14 años al apartamento de Dahmer diciendo con cara de asco: “son cosas de novios”.
Hay dos escenas que explicitan exactamente el racismo en el accionar policial, y que me dieron más terror que Evan Peters con un machete. Mientras Dahmer, ya preso, se convierte en una superestrella de Halloween, un Michael Myers de la vida real, a la hija de Glenda -negra- la llevan presa por romperle la cámara a un imbécil -rubio- que se estaba burlando de los asesinatos. Ningún policía dudó de la palabra del rubio. Nadie le hizo caso a Glenda cuando llamaba al 911.
El segundo es el acoso telefónico que recibe el padre del chico de 14 años, inmigrante de Laos. Quienes llamaban con insultos racistas eran los propios policías. Un simbolismo explícito de que toda la mierda monstruosa de Dahmer estuvo habilitada por el propio poder que debería proteger a la ciudadanía. Algo que también vimos en Unbelievable: los crímenes no son solo responsabilidad de las mentes perversas.
La contradicción de Dahmer
Más allá de los logros artísticos de la serie (las actuaciones y la ambientación son sumamente vívidas), no deja de haber cierto mensaje contradictorio. Porque al tiempo que denuncian el mal accionar policial, y le dan visibilidad a las voces silenciadas por un sistema injusto, a la vez glamorizan al asesino, poniendo a un actor super hot en el papel y justificando mediante flashbacks su comportamiento criminal. Hasta le dan voz para que cuente su propia historia, algo que incluso Glenda critica, en un momento muy metatextual.
Este año, la miniserie Pam y Tommy fue criticada porque pese a arrojar una luz más feminista sobre la explotación de Pamela Anderson en el escándalo del video, nunca recibieron el consentimiento de la verdadera Pamela para volver a representar el momento más traumático de su vida. Y con Dahmer pasa lo mismo: las familias de las víctimas no fueron consultadas, y han expresado estar nada contentas con tener que revivir el trauma.
La serie pretende criticar algo haciendo exactamente lo mismo que critica. ¿Cómo salir del bucle? No puedo evitar que la reflexión caiga sobre nosotros. ¿Por qué miramos horas y horas la vida monótona de un asesino en serie? Somos fans del True Crime, pero para que exista ese género, tienen que existir las víctimas. Me dirán que la TV no tiene la culpa de que haya psicópatas y personas malignas. Pero sin dudas la cultura popular refuerza estos estereotipos mediante su explotación sensacionalista. Hay que ver la sonrisa de Dahmer cuando recibe la primera carta de una fan. Al fin siente que hizo algo grande. Su “obra de arte” es su maldad.
¿Era necesaria otra recreación de esta historia, otro redimensionamiento de la fama de Dahmer? ¿Cuál es el aporte más que saciar el morbo? Si realmente la intención era no mitificar una vez más al asesino, o contar la historia desde la perspectiva de las víctimas y la inoperancia de las autoridades, un buen punto de partida era no nombrar a Dahmer dos veces en el título.
Soy cantante, comunicadora y fan del pop de los 90s.
De Uruguay.
Me encuentran en Instagram como @marcadaporlos90.