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«Maid»: la voluntad de una madre por salir del pozo

Alex, una madre de 25 años, desempleada y sin ningún título, escapa con su hija Maddy, de dos años, en medio de la noche, mientras su novio abusivo duerme su borrachera. No sabe bien a dónde ir y en su bolsillo solo hay 18 dólares. Pero está determinada a nunca más quitar vidrios rotos del cabello de su hija, y eso le da el coraje necesario. Así empieza MaidLas Cosas por Limpiar«, en español) basada en el libro autobiográfico de Stephanie Land.

Es un retrato sensible sobre la pobreza en Estados Unidos y las dificultades de tantas mujeres que intentan escapar de la violencia doméstica y no tienen independencia económica ni una red familiar que las contenga para salir adelante. Una serie que nos deja con el corazón estrujado y nos hace revisar nuestro propio privilegio, ese que tantas veces damos por sentado. 

Casas por limpiar, dolores por sanar

Tras esa noche decisiva, Alex (Margaret Qualley) busca ayuda de los servicios sociales. Así se adentra en un laberinto de formularios que solo acrecientan su desamparo y muestran lo ineficiente y contradictorio de un sistema que debería ayudarla, pero solo le pone más obstáculos. Finalmente, encuentra trabajo como limpiadora.

 A través de diez episodios, la vemos mudarse 9 veces, lidiar con su ex, limpiar 338 baños y escribir un cuaderno de memorias sobre su experiencia limpiando casas. Ese cuaderno termina siendo la salvación expresiva y la motivación para reclamar su propio camino como escritora, volver a la universidad y darle a su hijita una vida mejor de la que ella tuvo. 

Ese proceso de sanación intergeneracional tiene como foco lo que será el highlight de la serie: la relación de Alex con su mamá, Paula, una artista bohemia interpretada por la gran Andie McDowell. Con sus frases idas y delirios místicos, Paula te arranca varias risas, pero la actriz nunca cae en lo caricaturesco. Detrás de sus odas al sol sentimos la fragilidad de una persona con trastorno bipolar no diagnosticado, que no ha podido salir de su propio círculo de abuso y dependencia.

Los rulos de Andie McDowell, robando escenas desde los 80s

Madres e hijas

Que el lazo entre Alex y Paula sea lo mejor de la serie tiene mucho que ver con que McDowell es la mamá de Qualley en la vida real. Esa conexión se ve en cada una de las escenas que comparten. Pese a ser personajes completamente diferentes (muy típico de las dinámicas madre-hija), su amor se siente al instante. Y aunque en muchas escenas se detestan, culpándose una a la otra por la vida que debieron llevar, es imposible no ver cuánto se aman.

 A través de ese vínculo, la serie explora las complejidades de la maternidad. Cómo a veces son las hijas las que maternan a sus madres; cómo hay madres que parecen negligentes pero al final terminan estando al firme en los momentos en que más se las necesita; y cómo es posible romper el círculo de trauma y violencia, incluso cuando nuestros progenitores no estén preparados para romperlo. 

Las luces en la oscuridad de Maid

Pese a los eventos desoladores que viven Alex, Maddy y Paula, la serie logra mantenerse en un estilo cálido y hasta esperanzador. No es “misery porn”. Al contrario, incluso en los momentos en que Alex está más deprimida, la serie la muestra con una dignidad enorme y se apoya en los poquitos momentos de luz que comparte con Maddy. Como cuando salen a “cazar osos” en el bosque y le ponen nombre a las plantas nuevas. O cuando juegan con los ponys de colores que alguna niña dejó en el refugio para mujeres víctimas de violencia. 

Como en Inconcebible, otra excelente miniserie sobre sobrevivientes de violencia, las mujeres ayudando y conteniendo a otras mujeres son las que traen la luz entre tanta oscuridad. Y son estos momentos donde la serie brilla. Cuando Danielle, la muchacha del refugio, literalmente levanta a Alex del suelo; cuando Denise, la gestora de este lugar, da una de sus sonrisas reconfortantes; cuando Regina, la mujer rica a la que Alex le limpia, la va a buscar en auto a la madrugada para que pueda escapar de su novio violento.

La relación entre Alex y Regina es otro de los puntos fuertes de «Maid». Podría ser un cliché (la patrona soberbia que se hace amiga de su empleada), pero logra subvertir el estereotipo racial del «white savior». La interpretación de Anika Noni Rose es un deleite, navegando entre su postura de black powerwoman y la vulnerabilidad de sus conflictos con la maternidad.

Después de un nefasto sub-plot que involucra el secuestro de una mascota, Alex y Regina generan uno de los vínculos más emotivos de la serie

El tono ligero y luminoso de Maid también es resultado de ciertas opciones visuales creativas que se apartan del realismo pero nos ayudan a entender cómo Alex procesa lo que le va pasando. Por ejemplo, cuando pide ayuda por primera vez a la asistente social, esta la insulta. Es obvio que esas palabras no son “reales” sino que Alex las escucha así por la enorme culpa y vergüenza que siente. O cuando “toca fondo”, la vemos literalmente ser abducida por el sillón hasta un pozo profundo donde no escucha las voces de quienes quieren ayudarla. 

Otro recurso efectivo es el de las cuentas que aparecen en pantalla cada vez que Alex compra algo o gana un poco de dinero. Una forma directa y simple de mostrar la desesperación de vivir contando cada moneda.


La fuerza silenciosa de Margaret Qualley

“Maid” fue uno de los mayores hits de Netflix el año pasado. Entre grandes producciones como Bridgerton o El Juego del Calamar, esta miniserie mucho menos pretenciosa logró un lugar entre los diez shows más vistos de la plataforma en 2021. Inexplicablemente, no está nominada a la mejor miniserie en esta edición de los Emmys. Quien sí está nominada y súper merecidamente es Margaret Qualley, que aparece prácticamente todas las escenas y se lleva toda la carga de la historia. 

No es una actuación “deslumbrante” como la de Julia Gartner haciendo de Anna Sorokin o Amanda Seyfried en la piel Elizabeth Holmes. Qualley no transforma su voz de manera sorprendente ni tiene escenas escalofriantes de supervillana perturbada. Pero su interpretación es profundamente conmovedora. Sin demasiadas palabras ni un gran histrionismo, podemos sentir el trauma que subyace detrás de cada una de sus reacciones.

Margaret Qualley tiene un aura muy terrenal que la hacen perfecta para este personaje

Qualley crea a una protagonista inteligente, sensible pero no sensiblera, con destellos de humor ácido y capaz de hacer lo que sea por su hija. A veces la vemos inmóvil ante las circunstancias que la oprimen, pero siempre advertimos esa fuerza interior y tenacidad para seguir adelante. Alex no hace todo bien. Más de una vez toma decisiones erradas, pero entendemos por qué le cuesta tanto aceptar ayuda y por qué cae en un círculo de abuso. 

Valerse por sí misma 

Ese círculo de abuso está retratado con la profundidad que merece a través de los padres de la historia: Sean, el papá de Maddy, y Hank, el de Alex. Ambos son alcohólicos en recuperación y violentos con sus parejas. No hace falta estudiar psicología para ver que Alex elige a Sean porque es prácticamente un calco de su padre. Hasta tienen el mismo peinado, y por supuesto ambos se defienden mutuamente.

 Pero en vez de villanizarlos de manera unidimensional, la serie nos muestra que no todo es blanco o negro. Sin justificar sus actitudes controladoras y destructivas, Sean revela cierta humanidad en los momentos en que no es arrastrado por su adicción y su ira descontrolada. Le creemos cuando dice que quiere estar mejor para su hija, y entendemos por qué Alex, puede bajar la guardia por alguien como él. 

Te vas a odiar en los momentos que la serie te hace caer por Sean, igual que cae Alex. Eso es buen guion y buenas actuaciones

Pero esta no es la historia de un “chico malo se vuelve bueno”, porque eso no existe. Es la historia de una mujer que sabe que la única manera de construir un futuro estable y feliz para ella y su hija es siendo independiente. Incluso habría una salida aparentemente más fácil si se quedara con Nate, un típico “nice guy” que la ayuda con la intención de estar con ella. Pero Alex reconoce que el desbalance de poder en la relación tampoco sería saludable. 

Por eso, es revitalizante verla limpiar cada baño con tanta dedicación, ganando su propia plata, creando su propia historia. La inequidad de género es, en gran parte, una inequidad económica, y así lo ha sido por siglos y siglos. Cortar esa dependencia es un paso esencial para valernos por nosotras mismas, en todos los sentidos posibles del “valor”. 

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