La Playa (2000) - Film de Leonardo Di Caprio

Revisitando “La Playa”: Di Caprio en la cresta de la ola

A finales de los 90s, no existía un actor más famoso que Leonardo Di Caprio (quizás ahora tampoco, pero en aquel momento era ICÓNICO). Había protagonizado la película más taquillera de la historia, y sabía que su siguiente proyecto tenía que estar a la altura. Pero también sabía que ahora podía ELEGIR sus proyectos y consagrarse como actor, no solo como el galán carilindo de Romeo & Julieta y Titanic. Su primer protagónico post-Jack debía ser contundente. Después de una pequeña escena en -aptamente llamada- “Celebrity” de Woody Allen, ese papel llegó en el año 2000(*). 

La Playa” (“The Beach”) podía ser un gran error o un gran acierto. Y aunque las críticas que recibió en esa época no fueron unánimemente positivas, la película dirigida por Danny Boyle (quien venía del éxito de Trainspotting) hoy es considerada uno de los clásicos de Di Caprio. Fue su personaje de Richard la piedra angular de lo que sería la carrera de Leo en el siglo XXI: una seguidilla de personajes complejos, de moralidad gris, que luchan con sus propios demonios.

(*) El hombre de la máscara de hierro se estrenó en 1998, pero la filmación empezó apenas una semana después de rodar Titanic, así que su rol doble como el Rey Luis XIV y su gemelo escondido se cataloga dentro de la era pre-Titanic. 

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En el 2000, nada era tan paradisíaco como esto

«My name is Richard«

El nivel de fama de Leo era tal, que su personaje solo necesitaba introducirse con esa línea. No importa de dónde viene, ni cuál es su ocupación: lo encarna Leonardo Di Caprio, punto. A medida que nos va narrando sus primeras impresiones de Tailandia, vemos que su personaje es el típico turista pedante que cree que por ser norteamericano todo el mundo le debe algo. Se autoproclama ávido de una aventura “verdadera”, pero no puede evitar el tonito etnocentrista que hace que la mayoría de los turistas como él sean insoportables, incluso los mochileros que viajan con bajo presupuesto. 

Pasaron dos o tres minutos y ya nos damos cuenta que Richard no es un personaje querible. Es un narcisista. Obvio que no queremos que el tiburón lo mate, pero en ningún momento vemos características que realmente lo rediman, ni un crecimiento personal. Más bien lo contrario: hay un descenso a la oscuridad, a un egoísmo cada vez más desmedido. Sus impulsos aventureros nacen más del ego de mostrar “yo puedo” que de un interés real por el viaje y el autodescubrimiento.

No más Jack, no más Romeo

Así que, primer twist: este personaje no es nada parecido a lo que le hemos visto antes. No es Jack Dawson. No es el enamorado Romeo. Tampoco es el hermano con discapacidad de Gilbert Grape, ni el hijastro maltratado de Robert De Niro. No hay nada de Richard que conmueva. Su motor es el deseo. Eso sí, es magnético, y lo sabe. Puede engatusar a cualquiera de una forma muy relajada, casi ingenuamente. 

Segundo punto de quiebre: la historia de amor. Leo nos ha regalado historias de amor más grandes que la vida. Acá, se enamora de una chica francesa con novio y la busca activamente MIENTRAS COMPARTE EL VIAJE CON AMBOS y entabla amistad con él (que dicho sea de paso, es encarnado por el actor francés Guillaume Canet, que siempre me ENCANTÓ, realmente es una suertuda Virginie Legoyen, que interpreta a Françoise). Nada de historias eternas que duran tres días: el romance principal es una calentura de verano. 

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En un momento la peli parecía centrarse en un triángulo amoroso, HASTA QUE NO

Después, además, Richard engaña a esta chica acostándose -según él, por obligación- con Sal (Tilda Swinton), la líder de la comunidad secreta a la que llegan Leo y los franceses tras recibir un mapa misterioso. ¡Ah! Porque otro punto importante es que la historia de amor no es el eje del film. Lo central es la vida “la playa” del título, un lugar paradisíaco donde un grupo de veinteañeros vive haciendo nada todo el día. La dicha del ocio es su gran tesoro, y por eso lo guardan como sea.

La otra cara del paraíso

Precisamente el retrato de la comunidad es uno de los aspectos que podrían haber sido interesantísimos y que terminan por bajar la calidad del film. Pese a la solemnidad que le pone Tilda a su personaje, no conocemos su trasfondo: ¿por qué ella es la líder? ¿Qué la motiva? ¿Cuál es su historia? No hay ni una respuesta, solo colonialismo.

 Si la jefa es tratada con tan poca profundidad, imaginen el resto. Ningún miembro de esa “familia” es recordable; y solo hay UN vínculo que parece sincero: el de Etiénne (el francés) con un sueco que está muriendo por una herida de tiburón. Como llamar a un médico es arriesgar el “secreto” de la playa, deciden expulsarlo y dejarlo morir lejos de la comunidad. Solo Etiénne se queda a hacerle compañía.

Esta parte es terrible y muestra el único rasgo destacable de la comunidad: que la vida humana vale menos que el placer. Que hay que pagar el precio que sea para no arruinar la “felicidad” de la playa. Quizás lo que la película quiso transmitir es eso: que lo único que nos importa como humanos es “la playa y el mar, buscar una menina pra gozar”, como diría la canción de los 90s. 

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De alguna forma, Richard se convierte en una especie de sub-líder de la comunidad; simplemente por ser Leo Di Caprio

Pasando pantallas

A nivel narrativo, La playa es bastante irregular. Tiene momentos de mucha adrenalina como el salto de la cascada, la persecución en el campo de marihuana, la lucha contra el tiburón. Tiene un protagonista amado por la cámara, que se luce en cada escena haciéndose el langa con su piel bronceada, en una de las locaciones más hermosas del planeta (literal). Pero le falta cierta profundidad dramática, un hilo conductor entre las distintas secuencias. A veces parece que estamos mirando un videojuego, pasando de una pantalla difícil a otra peor.

HASTA QUE LA PELI SE CONVIERTE EN UN VIDEOJUEGO POSTA. Y esta escena es el punto de quiebre total de la película, el que la transforma de un pseudo-thriller olvidable a una peli con sello de autor, por parte del director y también de su protagonista. Richard es castigado por haber compartido el mapa a otros turistas, y tiene que pasarse días y noches solo en el bosque, vigilando que no lleguen. Ahí empieza en un túnel de delirios donde por unos minutos es parte de un videojuego en la jungla. Esta secuencia le da a Leo la ocasión de mostrar ese arsenal histriónico que después se convertiría en el sello de su carrera. Leo dando TODO en escenas en solitario es lo que más aprendimos a amar de él, y acá, en esa escena de La Playa, vemos la semilla. 

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Si hay que comer un insecto, Leo come un insecto.

La playa donde se filmó La Playa nunca volvió a ser la misma. Irónicamente, no solo llegaron miles de turistas a perturbar la paz del paisaje luego del film, sino que la propia producción fue demandada por contaminación (doble ironía, ya que Leo hoy es de los mayores activistas ecológicos de Hollywood). Tampoco la carrera de Leo volvería a ser la misma. Podría haber optado por sagas de superhéroes, por blockbusters millonarios, héroes fáciles de adorar. Pero eligió luchar con tiburones. Y cada vez, desde entonces, ha salido victorioso.

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