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Relatos Salvajes y las (in)correctas acciones del hombre

Aprovechando la algarabía por el estreno de Misántropo retrocedo al episodio cinematográfico anterior del director Szifron para desandar, a partir de interrogantes, la aclamada Relatos salvajes.

La mayoría de las definiciones coinciden en definir a lo salvaje como «aquello que vive en la naturaleza o que aún no ha sido domesticado». Abarcándolo a las conductas humanas, el saber popular nos induce  a pensar a lo salvaje como «acciones irracionales, vinculadas al instinto, deshumanizadas», o bien, bajo el concepto de «barbarie».

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Y… en el afiche tienen cara de salvajes

Sabiamente y jugando con las concepciones del término, Damián Szifron utiliza como presentación de la película imágenes de animales acompañadas de los nombres de los actores. ¿Qué nos quiere decir? ¿Que los protagonistas se comportan como animales? ¿o que los humanos son capaces de hacer atrocidades y nosotros como ostentosos que somos adjudicamos lo salvaje a lo no humano? ¿Se olfatea una contradicción entre conceptos o simplemente el hombre niega su condición? O tal vez, lo que es muy probable… los seres humanos somos la barbarie por naturaleza, encasillando la barbarie como sinónimo de ser humano.

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Los relatos que presenta Szifron en esta película, estrenada en el 2014, nos llevan a viajar por encima de estos interrogantes planteados, observando el accionar humano, justificándolo o cuestionándolo, pero nunca dándonos por desentendidos. A lo largo de las seis historias que articulan el film, unificadas solamente por las conductas (no me animo a poner el calificativo) de las personas, podemos ponernos en la piel de los protagonistas, en la vereda de enfrente o simplemente en el papel de analista, y es un poco el juego que propongo en estas líneas.

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La moral se encarga de estudiar el comportamiento diferenciando el bien del mal, pero… ¿esta clasificación es objetiva, o todo depende de quién analiza el fenómeno o el objeto? ¿Entran en juego las costumbres, los hábitos, el sentido popular, la opinión pública u otros circunstanciales cuando nos referimos a lo bueno o a lo malo? Reitero ¿qué es ser salvaje? Y si es lo que dijimos en el primer párrafo, ¿es adecuado catalogar una acción como salvaje cuando es la correcta o clasificarla a priori de incorrecta sin atender que ese accionar es festejado y/o agradecido por la masa popular? En este caso, si la masa apoya, agradece y festeja: ¿cómo decir que no es lo correcto?

En fin, de subjetividades esta hecho el mundo y vamos por ellas. Bienvenidos a muchas preguntas sin tantas respuestas.

«Pasternak», y la venganza hacia los artífices de una vida miserable

Relatos Salvajes inicia con Pasternak piloteando un avión con la intención de estrellarlo. La aeronave está repleta de pasajeros que él mismo se encargó de invitar, y todos son personas que de alguna u otra manera obraron mal en la vida del afligido muchacho. Obraron mal desde los ojos de Pasternak, claro está.

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Grandinetti haciéndose el langa sin sospechar lo que vendría

A modo de apreciación, es la historia y el personaje más difícil de desmenuzar, ya que el relato es corto, y solo tenemos hechos puntuales sin matices. Ni siquiera vemos al acomplejado protagonista. No podemos empatizar con nadie y desconocemos la versión completa de los hechos. ¿Qué tan mal le hicieron esas personas a ese chico? ¿Nos alegraría que el avión se estrellase? ¿De alguna manera merecían ese trágico final?

En palabras de los partícipes, la ex lo engañó con su mejor amigo; el crítico de música le bochó una presentación y lo ridiculizó; el empleador de la casa de electrodomésticos lo despidió con justificativo; el psicólogo le aumentó el valor de las sesiones de terapia privándolo de seguir con las visitas. En fin, algunos parecen ser culpables de mal obrar, otros no tanto, pero en líneas generales nada parece demasiado grave y el juntarlos a todos para hacerlos trizas en un avión contra el suelo parece excesivo. Y válgame la ironía por la complejidad del término: una acción salvaje de Pasternak.

Igualmente, faltaba escuchar la campana del sufrido muchacho.

«Las ratas», y la situación frente a un mal tipo, ¡encima político!

“Todos quieren castigar al que nos arruinó la vida pero nadie se anima a hacerlo”, dice en otras palabras Rita Cortese, interpretando a la cocinera del segundo relato.

Un tipo entra a comer a un bar donde lo atiende una joven. El comensal tiene actitudes horrendas y la moza se da cuenta que es un viejo conocido: un usurero que provocó el suicidio del padre, acosó a la madre y las obligó a salir huyendo del lugar donde vivían. La cocinera del lugar al conocer la historia, propone envenenarlo.

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Zylberberg dudando sobre el veneno. Cortese ya tomó la decisión.

 ¿Qué hubieran hecho en su lugar? ¿Estamos frente a un caso de justicia por mano propia?

 Un gran dilema ético ¿Verdad?  ¿Qué tan alejada de la verdad está la frase de Cortese?

Según ella un rufián merece pagar por lo que hizo. ¿Esa es la verdad? ¿Queremos castigos ante los deshonestos que andan en la calle?

Abro paréntesis para marcar una generalidad de la cinta que me parece una genialidad. Un punto muy a favor y sumamente influyente es que en este samba de moralidad, o de acciones polémicas a las que está expuesto el espectador, Szifron mete la política. En un país bastardeado por los dirigentes políticos, se involucra la política directa en al menos dos relatos. No es casualidad que este mal hombre (por decirle de alguna manera piadosa) sentado en el comedor participe en elecciones por un cargo. “Encima se postula a intendente” –dice el personaje de Julieta Zylberberg, cargando rabia sumisa.     

 ¿No se nos bamboleó el estómago cuando nos enteramos que ese horrible sujeto iba a ser candidato a intendente? Qué raro un político con esas actitudes.

¿Qué sensación nos causó esa muerte?

 «El más fuerte» y el hartazgo de poder zafar mil veces

¿Cómo saber cuándo hay que parar? ¿Ojo por ojo y diente por diente hasta cuándo?

Dos conductores tienen problemas en la ruta y dichos acontecimientos evolucionan de la siguiente manera: maniobra juguetona, insulto, destrozo del auto con asquerosidades físicas, intento de asesinato (una, dos y hasta tres veces y de ambos lados).

 ¿Era necesario llevar la situación tan al extremo? ¿Hasta dónde llega el hacerse el guapo, el valiente, el canchero?

¿Ustedes no le dijeron al personaje de Sbaraglia: «dale, hermano, ya fue, seguí viaje», cuando pudo zafar de la situación más de una vez? ¿Era necesario esa sed de venganza, de orgullo, de mostrarse el más fuerte?

Salvando las escalas y el aciago desenlace, la situación me hizo acordar a las peleas con mi hermana cuando éramos pequeños. Vos la insultabas y ella te pegaba. Y no era lo mismo el insulto que el golpe. Entonces, le rompías algo. Y no era lo mismo el romperle algo. Entonces te rompía algo a vos más importante. Y así ascendía la escala de hechos hasta que uno se cansaba y listo. Existía el cese, había un freno.  

Sospecho que Szifron quiso que sintamos esto. Una especie de desinterés, de odio hacia ambos y de hartazgo de la situación que nos lleve a decir: Ya fue, exploten los dos.

«Bombita» y la idolatría popular

Un tipo está cansado de las injusticias sociales y decide volar un corralón municipal. Esa acción lo deposita en la cárcel pero también lo vuelve el ídolo de miles y miles de argentinos.

Claramente es el caso en donde el bien y el mal se mezclan sobre una delgada línea. La justificación del hecho no parece ser necesitada, porque todo el sector popular lo condecora como un ídolo. Todo el mundo desearía tener las agallas para hacer eso. Se juntan las palabras de Rita Cortese, y el personaje de Darín realiza lo que más de uno soñó enojado con los gobiernos, disgustado con los dirigentes, cansado de la corrupción y de las políticas de endeudamiento, pobreza y destrato al ciudadano.

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Bombita experimentando la calma que antecede al huracán

Desmenuzando al personaje, Bombita es lejos el ídolo popular de la película y ejecutante de la acción que menos nos escandaliza, porque de entrada nuestro cerebro la asimila como justa. De antemano, cualquiera dirá que plantar un coche bomba está mal, pero… metidos en la cotidianidad de Bombita y en el momento justo de la explosión es un hecho que nos causa gracia y hasta nos deja un alivio de justicia. Y estoy seguro que a más de uno se le escapó un: ¡Bien hecho!

Pero antes del verbo explotar, la cinta nos muestra dos aristas del personaje. Por un lado es notorio su genio justiciero, y lo amamos. Amamos lo que le dice a los empleados del municipio (principalmente: “los que trabajan para delincuentes, son delincuentes”). Sin embargo, nos choca un poco la realidad que vive su mujer. Ella lo confronta porque por andar de reclamos llega tarde al cumpleaños de su hija y parece que siempre pasa. Se encuentra cansada del corazón revolucionario, justiciero y antisistema que bombea su marido. Y uno llega a pensar en una máxima que surge del sentido común (qué es el sentido común, pero eso no viene al caso ahora). La familia es lo primero. Él tiene responsabilidades como padre y parece fallar en varias.

Las dos aristas desembocan en el tercer suceso: la separación. Perdido por perdido, separado y enemistado con la mujer por aliarse con buitres (abogados) lleva a cabo con sutileza su plan. Como trabajador en demoliciones, sabía el alcance de la bomba que había colocado.

El sistema corrupto, los negociados, la opresión al trabajador, las injusticias sociales, la burocracia y los demás detonantes con los que vivimos hacen estallar continuamente bombas imaginarias en miles de cabeza. Bueno, Bombita llevó el plano imaginario al empírico.

 «La propuesta» y la peor cara del hombre

Durísima escena. Hijo de familia rica mata con el auto y escapa. Papá, mamá y el abogado de la familia le ofrecen un trato al casero, aceptar la culpa por guita, mucha guita. El fiscal de la investigación descubre la mentira y quiere participar de la tramoya.

Si ese no es el enjambre de hijaputez más grande de las relaciones sociales pega en el palo. Aunque se pone un poquito peor, ya que las apreciaciones del espectador pueden ir cambiando con el correr del caso.

  1. El nene, el asesino, es odiado por matar y escapar.
  2. Papá, mamá y el abogado son súper odiados porque aprovechan la necesidad y humilidad del casero para hacerle la propuesta.
  3. El casero da ese sentimiento indescriptible que conocemos como pena. Aunque el tipo es cómplice de una mentira y va a ocultar información sobre un asesinato, estamos tan enojados con la familia rica que el casero nos sigue pareciendo un hombre de bien.
  4. El fiscal investiga, descubre la farsa y quiere participar de la treta. Otra vez un funcionario público metido al máximo en un hecho de corrupción (a Bombita idolatramos).
  5. El abogado se lleva todos los sentimientos de bronca. Si ser un negociante, mentiroso e inescrupuloso era poco, ahora por su ambición engaña y le miente a todos, incluso al fiscal y a su empleador. Aprovechando que es el nexo entre todas las partes miente en las cifras que recibirá cada uno, queriéndose quedar con una enorme tajada.
  6. El casero deja de ser humilde y se engancha en el juego de ambiciones. Quiere más plata.
  7. El papá, se cansa de que lo extorsionen y decide dejar sin razón el trato. Gritando a viva voz que su hijo se arregle solo. Cambia sus prioridades.
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Hombres pensando su próxima treta
  • Conclusión: Como si fuese una paradoja, la única luz de esperanza la encontramos en el muchacho que cometió el asesinato. Es el único, quien entre shock y nerviosismo, tiene la idea de dar la cara y confesar la situación, haciéndose cargo del hecho. Sin embargo, al ser tan pichón de sus padres, ellos lo mandan a callar y él se queda en el molde.  
  • Conclusión 2: Las acciones deshonrosas son para tipos amorales. El fiscal, el abogado y el rico son seres acostumbrados a las irregularidades, y en este caso terminan ilesos. El casero, ambicioso inexperto, en su primera negociación culmina de la peor manera posible. En consecuencia, el juego sucio es para gente sucia.

«Hasta que la muerte nos separe» y el amor tragicómico.

En plena fiesta de casamiento ella descubre que él la engañó con una compañera de trabajo que se encontraba en la fiesta. La mujer queda dolida pero rápidamente planea vengarse de su reciente marido, le confiesa que su plan será sacarle todos los bienes, además de tener sexo con un cocinero.    

Situación donde ambos se pagan con la misma moneda, y otra vez ese hecho de ojo por ojo, diente por diente, y las acciones vengativas crecientes. Engaño con engaño; y como vos fallaste primero, yo te voy a exprimir hasta que no tengas nada.

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¿Salvaje? He visto novias más desalineadas

El hdp parece pasar al papel de zonzo, un simple idiota mamengo (porque la madre está ahí detrás) y la humillada evoluciona siendo un engendro de violencia, un torbellino de venganza con la decisión bien clara: la vas a pagar.

Podríamos optar por ver quién tiene razón o quién sale mejor parado del escándalo pero decidimos desarrollar la siguiente idea. El amor, como símbolo de unión entre las dos personas, queda en segundo plano producto de las acciones humanamente bochornosas (engaños, mentiras, sexo de venganza, amenazas, ambiciones económicas, etc), pero esos errores se dan en un estado de “calentura”, en pleno shock, con nervios de punta y los enajenamientos conductuales de estar expuestos a momentos de estrés. Sin embargo, para sorpresa de todos, cuando la situación desacelera, el amor rebrota demostrando que después de tanto drama puede haber espacio para la calma. Perdonen si cierro con un abrupto positivismo.

Acciones (in)correctas

En fin, Relatos Salvajes, además de ser la película más taquillera del cine nacional, es la demostración perfecta de la subjetividad para definir los hechos. Rechazar una acción por considerarla desmedida, alegrarnos por el mal augurio del que consideramos malo, sonreír porque la fortuna juega sus cartas frente a dos irresponsables de la vida, festejar las acciones justas frente a los desconsiderados del poder, sorprenderse porque al hombre nunca le alcanza, pero también, porque el camino del amor al odio es muy corto, pero también es corta su vuelta.

Festejamos la película porque eso “salvaje” que Szifron nos pone adelante, en muchos de los casos lo justificamos y aquí la trampa. En estas situaciones culminantes narradas en los relatos fuimos cómplices de lo salvaje, y no hablo únicamente de estar de acuerdo y festejar a Bombita. Sin embargo, más allá de las situaciones límites, como de sombras y luces se arman los días, entre tanto odio, tanta amenaza, tanta corrupción, tanto salvajismo, tanta oscuridad, destacamos que el director decidió terminar su película con amor: una pareja recientemente amigada haciendo el amor arriba de una mesa.    

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